Cuando te ponen a tu hijo en los brazos te puede pasar por la cabeza: ¡WOW qué fuerte!, ¡qué grande!, ¡qué abrumador! Y uno de repente se siente muy pequeño ante esa fragilidad, ante ese hijo. Es una revolución existencial.
Pasan los días y descubres que te faltan herramientas y que tendrás que aprender a ser padre y madre, y no siempre la soluciones son fáciles, recibes mucha información exterior, chats, Instagram, Google, lo que te dice la familia, los amigos, los amigos de tus amigos…
Por fin, porque en nuestras vidas también integramos el trabajo, apareces derrapando en un colegio y crees que ha llegado una tabla de salvación porque encuentras profesionales que te ayudan en una de las tareas más importantes de tu vida: formar a una personita.
Quizá la pregunta que ya te has hecho cuando has elegido colegio es: ¿Qué quiero que sea mi hijo?
La respuesta suele ser clara, queremos que sean felices, y para que sean felices, tenemos que conseguir que sean seguros de sí mismos y fuertes.
Y, ¿cómo puedo conseguir esto? Trabajándolo desde sus primeros añitos, el las situaciones cotidianas, que se presentan como oportunidades para educar.
Ellos no son capaces de distinguir lo que es bueno o malo para su bien, necesitan nuestro criterio. Muchas veces los padres sufrimos cuando los vemos llorar, pero nos podemos recordar a nosotros mismos “NO es dolor, solo es frustración”. El lloro es un reclamo, un lenguaje cuando no se domina el lenguaje, muestran con él su descontento. Podemos acompañarlo, consolarlo hasta que se le pase, pero no consentir en su capricho momentáneo. Si nos mantenemos firmes, por su bien, esas rabietas irán disminuyendo porque aprenderá que no consigue nada con ellas.
La obediencia a pocas normas y claras facilitará la paz en casa, normas expresadas con firmeza y con cariño, para nosotros supondrá vencer la comodidad y tener paciencia, pero conseguiremos que nuestros hijos crezcan seguros y esto aporta seguridad y felicidad.
A partir de los dos años hay una “explosión del lenguaje”, en esta etapa podremos empezar a razonar con él y a llegar a “negociaciones cerradas” por ejemplo: “Te pongo el abrigo yo o te lo pones tú solito…” pero nos ponemos el abrigo sin dudarlo. O por ejemplo, tiene que tomar fruta, le podrás dar a elegir entre las tres que tengas en casa, pero en ningún caso se cambiará por chocolate, si eso es lo que crees que es mejor para él.
No ir a lo cómodo, es más fácil darle en el momento lo que reclama, pero sin duda saldrá a corto plazo mucho más caro, como dice el refranero español: “más vale ponerse una vez colorado, que cien amarillo”.
Porque sino se va haciendo una bola más y más grande.
Y estas pequeñas frustraciones son un entrenamiento para la vida, así es como les vamos a enseñar a ser fuertes, y les damos herramientas para futuros contratiempos que vendrán en su vida, y aprender a superarlos.
Y cuando lleguen esas pequeñas crisis tendrás que volver a preguntarte…¿Qué quiero que sea mi hijo?
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